martes, 14 de octubre de 2008

3. ROBO EN LA NATIONAL GALLERY

Hace ya algunos años que viajé por primera vez a Londres. Entre otros muchos lugares visité la National Gallery. Tras una mañana típicamente lluviosa, entré en el museo. Fui paseando lentamente por las distintas salas. Sentía una gran expectación. Había imaginado durante mucho tiempo lo que sería aquella visita. Por fin me encontraba allí. Todo lo que observaba me llenaba de un gran placer.
Considero que uno de los aspectos más interesantes del arte es la pintura y, dentro de ella, me sobrecoge el pensar en todo lo que rodeó la creación de cada uno de los cuadros; lo que inspiró a su autor, lo que sintió en cada momento. Pero sobre todo, despiertan mi interés todos los detalles técnicos en los que reparó el pintor. Me gustaría poder conocer, entre otras cosas, cómo realizó el dibujo o boceto previo definitivo, si es que lo hubo; que tipo de materiales eligió para el soporte y cuales fueron los motivos. Creo que sería maravilloso poder vivir de forma retrospectiva el proceso de producción de ciertos cuadros y todo lo que ocurrió en relación con ellos. ¡Te imaginas poder vivir, con todo detalle, como pintó Botticelli “La primavera”!
Pues bien, allí estaba yo, delante de las pinturas, completamente abstraído, imaginando multitud de cosas y de detalles. Entré en una de las salas. El primer cuadro, a mi izquierda, llamó poderosamente mi atención. No era su tamaño, ni las formas. Tampoco eran los colores. Se trataba de una pintura de formato mediano. Pertenecía a Miguel Ángel. Estaba sin terminar. Parte del cuadro dejaba al descubierto la imprimación. Sobre ella se veían fragmentos de dibujo a carbón, que nunca fueron cubiertos por la pintura. Los rostros pintados permitían analizar, por contraste, aquellos que solo estaban dibujados. Ocurría otro tanto con las ropas, los objetos… Sentí un sinfín de sensaciones maravillosas en un mundo que discurría entre lo real y lo imaginable.
Dediqué tanto tiempo a esta pintura que cuando reparé en la hora, me di cuenta de que no me sería posible ver todo lo que restaba. Intente recuperar el tiempo perdido mirando solo aquellas obras que despertaban mi atención de forma especial.
Al terminar, dirigí mis pasos lentamente hacia la salida. Pero, repentinamente, pensé que quizás nunca volvería a aquel lugar y sentí la necesidad de volver a mirar, posiblemente por última vez en mi vida, aquel cuadro inacabado de Miguel Ángel que tanto me atraía.
El tiempo que restaba hasta el cierre del museo era ya muy escaso.
Repentinamente eché a correr en sentido inverso al de salida, buscando “mi cuadro” Uno de los guardias del museo al verme correr, corrió también en mi dirección. Cuando el guardia llegó, ya hacía algunos segundos que yo, a una distancia prudente, estaba disfrutando nuevamente de todo lo que Miguel Angel me mostraba. Ambos permanecimos un par de minutos mirando el cuadro, sin decir nada. Finalmente el guardia dijo – “¿Es magnífico, verdad?” - le respondí que pensaba que era una de las obras más hermosas del museo. – “Es también uno de mis cuadros preferidos” - me dijo. Continuamos unos segundos más en silencio, frente al cuadro. Finalmente, consciente de la hora, dije adiós y salí del museo, lentamente, sin prisa.
Probablemente fue la carrera perseguido por el guardia, o quizás fueron, mas bien, las sensaciones y las imágenes que almacené en mi cabeza, o puede que todo ello. Lo cierto es que, en la calle, sentado en el césped, tuve la sensación de que había sustraído algo importante de la National Gallery.

1 comentario:

Alfonso dijo...

Una historia con una chispa especial. Me ha gustado mucho tu narración, y es que aunque no he estado nunca allí casi he sentido que corría en busca del cuadro.